Las reformas en el lenguaje científico jugaron un papel
integral en el desarrollo de esta disciplina.
A menudo se piensa que la ciencia es un conocimiento esotérico, asociado
con poderes y prácticas oscuras. Esta idea es especialmente aplicada
a la química. Los nombres y las fórmulas químicas, para
muchos no especialistas tienen un significado oscuro, que se refiere a productos
materiales y comestibles que pueden envenenar a las personas o curar sus dolores.
Pero ¿Quién fue el que se atrevió a crear un vocabulario
artificial que pudiera reemplazar la utilización de nombres regionales
de la vida diaria?
Sencillamente la respuesta es: Antoine Lavoisier, en 1787. con el nacimiento
de la química moderna, de acuerdo con el punto de vista más amplio
de los historiadores, el fundador tuvo que dejar a un lado una plétora
de nombres derivados de la alquimia para crear un sistema de nomenclatura lógico.
Sin estar completamente equivocado, este cliché distorsiona la verdad
histórica.
Lavoisier no fue un reformador de la lengua por si mismo. Su proyecto fue
iniciado por el abogado y químico Louis-Bernard Guyton de Morveau, quien
estableció una serie de principios básicos y afirmó que “La
nomenclatura puede revelar la naturaleza de las cosas” y por esa razón,
las sustancias siempre debían tener un nombre simple que evocara sus
propiedades y sus características esenciales. Los nombres de los compuestos
debían expresar la composición de los compuestos químicos.
Las etimologías griegas debían ser utilizadas de preferencia
utilizando las raíces griegas y latinas.
Además de todo esto, la iniciativa para reformar el lenguaje de la
química fue un precedente de la revolución química. En
el siglo XVIII los químicos que utilizaban los nuevos y más precisos
procedimientos analíticos les permitían distinguir las diferentes
características de las sustancias y clasificarlas de acuerdo a esas
características que se repetían y separarlas de aquellas otras
que tenían un nombre que se refería a varias sustancias o bien
a varios nombres locales que habían sido utilizados para denominar cierta
sustancia. Era necesario sistematizar el nombre de las sustancias, hacerlos
más universales y tratar de identificar las sustancias recién
descubiertas como el cobalto y el vanadio, y que habían sido nombradas
de acuerdo con las figuras tomadas de la antigua mitología Europea.
El incremento del número de sustancias que se habían descubierto
hasta esa fecha no fue la única fuerza que proporcionó el nuevo
lenguaje. Los químicos también estaban siguiendo el ejemplo de
las ciencias naturales, quienes de acuerdo con la metodología de Carl
Linneo habían introducido una nomenclatura sistemática en la
botánica. Ellos estuvieron inspirados por los filósofos que buscaban
una lengua racional y universal.
Guytin empezó a ensayar una reforma del lenguaje en 1782 con un proyecto
que llevaba a cabo en la Academia de Ciencias de París en enero
de 1787. sin embargo, se enfrascó en un fuerte debate con la existencia
de algunas palabras como el ‘flogisto’, un principio que explica
la combustión y la redirección en oposición al sistema
propuesto por Lavoisier. Muchos químicos entonces, pensaban en el ‘flogisto’,
pero Guyton había convertido los nombres de su teoría al sistema
de Lavoisier, así como de otros destacados químicos como Claude
Berthollet y Antoine Fourcroy. Cuatro meses más tarde había publicado
algunos artículos sin hacer mención alguna al ‘flogisto’ sino
utilizando nuevas palabras como ‘oxígeno’, de las palabras
griegas que significan ‘principio de acidificación’, produciendo
una serie de ideas muy controvertidas en torno el nuevo método propuesto
por Lavoisier en el sentido de que todos los ácidos contenían
oxígeno.
Lavoisier, discípulo de la filosofía de la lengua desarrollada
por Etinne Bonnot de Condillac, argumentó que la nueva lengua era un
espejo de la naturaleza y que estaba seguro que era un método definitivo
porque según la “lógica natural”. De manera sorpresiva,
y a pesar de las numerosas objeciones que siguieron entre los químicos
de la época, el nuevo lenguaje fue adoptado por toda Europa durante
las siguientes dos décadas. Y, aunque la adopción de la nomenclatura
francesa no siempre significó una conversión hacia la química
y la visión filosófica de Lovoisier, la reforma pudo llenar una
gran necesidad en el campo del conocimiento de la química y llegó en
el justo momento en el que la enseñanza de la química se estaba
desarrollando.
La reforma del lenguaje, fue una parte integral en la formación de
la autonomía científica de la química. También
contribuyó a la subordinación de la farmacia a la química
y, de una manera más amplia, a una redefinición de las artes
de la química como la química aplicada. El nuevo lenguaje, forjado
por los químicos académicos separaron muchos usos de las sustancias
químicas de sus propias tradiciones. Los farmacéuticos, tintoreros,
fabricantes de vidrio, y de otro tipo de manufacturas, no quedaron completamente
satisfechos con la sustitución de términos de compuestos por
los términos que ellos habían utilizado para expresar los colores,
los aromas o las propiedades médicas. El nuevo lenguaje ignoró los
sentidos de los químicos, olvidando hacer cualquier referencia a los
orígenes geográficos y a los descubridores de las sustancias,
e impusierón una lógica analítica cuantitativa.
Con el tiempo esta lógica fue un buen método para proponer nombres.
Aunque los principios del sistema no fueron estrictamente aplicados durante
el siglo XIX. El oxígeno tuvo que ser renombrado cuando Humphry Davy
estableció que muchos ácidos no contenían oxígeno.
Pero la costumbre prevaleció sobre el imperativo de sistematización.
Los colores y los olores fueron reestablecidos después del descubrimiento
del cloro y del yodo, nombrados con una palabra griega “verde amarillento” para
el cloro y “violeta” para el yodo, y el bromo, del griego ‘stink’.
En el campo de la química orgánica, las propiedades médicas
todavía prevalecieron nombres comunes como la morfina, nombrada en honor
de Morfeo, dios del sueño, algunos orígenes geográficos
resurgieron como el benceno, nombrado por estar relacionado con el Styrax benzoin,
un árbol nativo de Sumatra y Java, el nacionalismo también se
infiltró en la nomenclatura química con el escandium, germanium
y polonium. En resumen, parece que la sistematización impuesta por cuatro
químicos, que actuaron como legisladores del nombre por la racionalización,
revivieron un ideal a menudo en contradicción con la práctica.
Esta tensión entre el ideal de sistematizar el lenguaje basado en principios
generales y los vaivenes del uso diario dejó sus mayores características
en la nomenclatura que siguió durante el siglo XIX. Las reformas en
el lenguaje no fue una empresa revolucionaria conducida por cuatro químicos
ambiciosos en cuatro meses. Esta fue la tarea de una comisión permanente
denominada Unión Internacional para la Química Pura y Aplicada
(IUPAC). Nuevas normas fueron formuladas más tarde de tiempo en tiempo,
como parte del quehacer diario de la ciencia química. Pero ahora la
dificultad más grande es mantener sistemáticamente los nombres
para compuestos complejos que los reformadores habían renunciado por
ambición de subordinar el mundo molecular a la sistematización.
La ventaja ideal de usar un lenguaje racional; es decir, un espejo de la naturaleza,
abrió el camino para la estandarización. El paso del tiempo señaló también
que, mientras se mantenga una actitud de modestia, se podrá ayudar al
público a entender los fenómenos químicos con mayor facilidad.
(Fuente: Bernardette Bensaude-Vincent, Departamento de Filosofía de
la Universidad de París, Nature: 410, 2001).
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