El pan, el vino y el aceite fueron el centro de la dieta Europea
en la Edad Media (siglos XI a XV). Tres alimentos que, acompañados
de carne, pescado, vegetales, frutas, semillas oleaginosas y condimentos,
constituyeron la base nutricional de la población.
Los alimentos eran sagrados y profanos, estaba asociados con las creencias,
los rituales, la salud y la enfermedad, también con las más variadas
costumbres y ceremonias durante la siembra, la recolección y la vendimia
en los mercados. Había alimentos para cada época del año
y para cada una de las fiestas; los había permitidos y prohibidos, y
los que servían como medicina o veneno. Había alimentos especiales
para los enfermos, para los niños y los ancianos, y se prohibían
algunos por estar asociados con ‘impurezas’ o bien, por razones
culturales, religiosas y hasta de carácter mágico; no obstante
esta variedad de conceptos –a excepción de los venenos y los
ya podridos- todos los alimentos eran un don de Dios.
Es difícil reconstruir los hechos y usos en torno al aceite y las grasas
en una fase histórica tan amplia y tan compleja; sin embargo, existen
varias fuentes importantes, en especial la Biblia. Existen también los
antiguos recetarios árabes que se han conservado en España
de los siglos IV al X, con información de la tradición culinaria
oriental y posible conexión con tierras de Egipto; y se han conservado
algunos de los recetarios y libros de las horas o libros agrícolas calendáricos
que se editaron en Francia y en Italia durante los siglos XI a XV de los que
se conservan también bella e interesantes ilustraciones.
Los aceites y las grasas animales
Durante varios siglos, el aceite estuvo bajo el contol islámico y por
ello, la misma sustancia tenia dos nombres: aceite, del árabe aceyte – azeite,
y óleo, del latín – oleum. Los aceites se extraían
básicamente de la aceituna; aunque también se extraía
aceite de la almendra, el sésamo (ajonjolí) y probablemente del
cártamo y tenía muy diversos usos y aplicaciones, como condimento,
culinario, cosmético y combustible. En cambio, el óleo únicamente
se obtenía de la primera extracción del aceite de oliva (aceituna)
y se reservaba para uso ritual o como combustible para la lámpara del
templo. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua de 1783,
tanto el aceite como el óleo son un: “Licor untuoso, graso, é inflamable
que se saca de las aceitunas, o bien de otros cuerpos naturales, y tiene semejanza
con el de las aceitunas, como de las almendras, nueces, linaza”. También
se conocían, apreciaban y eran fuente de grasas vegetales muchas semillas
oleaginosas; en especial, almendra, nuez, sésamo, piñón,
avellana y otras, que formaban parte de la dieta diaria, ritual y medicinal.
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Las grasas animales (manteca, nata, mantequilla, queso) y las de los pescados
no eran muy usuales para la gente común, pero también formaban
parte de la dieta; sobre todo, de las clases privilegiadas y de la nobleza.
El trigo era el cereal más importante, en primer lugar para la elaboración
del pan. La avena se preparaba en sopas y pudines, y la cebada y el centeno,
que se cultivaban en terrenos muy pobres, se mezclaban con trigo y se destinaban
a la preparación de sopas. Con la uva se destilaba vino de diferentes
tipos y también se preparaba vinagre. El huevo de gallina era un ingrediente
común en casi todos los hogares y se acompañaba con vegetales
y hierbas de olor, como espinaca y calabaza.
Los vegetales y las frutas eran comunes entre la gente del campo, en donde
cada uno de los alimentos tenía un valor especial. Por ejemplo, los
higos, las peras, las manzanas, la granada y la ciruela para conservar la salud.
También correspondía su efecto en la salud de acuerdo con la
región en la que se cultivaba y la estación del año en
la que se cosechaba, como las cerezas y las moras de otoño e invierno.
El efecto en los comensales podía ser real o imaginario. Por eso, cada
uno de los alimentos tenía un lugar especifico en la tradición
y reflejaba el paisaje que podía extenderse del cielo a la tierra o
desde los mismos confines del mar con un efecto atrayente y amenazante.
El rito de preparar y servir las sopas, las salsas y las frituras
En las cortes de los dirigentes musulmanes de la España medieval, la
experimentación e investigación de recetas constituía
una evocación científica seria. Los mismos eruditos que estudiaban
horticultura, agronomía y técnicas de irrigación idearon
vinagres aromáticos, guarniciones picantes y métodos para mejorar
muchos platillos; entre ellos, el foiegras. El culto a la salsa era muy serio
y, hasta la fecha, sigue siendo un rito de la alimentación y de la alta
cocina.
En los hogares de las villas y las áreas rurales, la cocina era el
centro de vivienda, el cuarto más importante donde se encontraba el
hogar que servía de fuente de luz y calor, para la preparación
de los alimentos, una tarea asignada a las mujeres, y lugar de reunión.
Pero en los palacios y grandes mansiones, la cocina especializada estaba muy
jerarquizada y ahí, los hombres eran los encargados de los suministros
y de la preparación de los alimentos. Un antecedente de los chefs en
Francia. Los utensilios básicos eran de hierro o barro y estaban compuestos
por el caldero (si, como en las películas), las ollas, la parrilla,
las cazuelas para el puchero, los jarros para los líquidos, y un sartén
de hierro para las frituras, todo lo cual servia para llevar a cabo los tres
principales procedimientos culinarios: asar, guisar (estofar) y freír.
Los antiguos libros de cocina definen el estofado (hervir o guisar) como la
técnica culinaria de cocer a fuego lento la carne en un poco de vino
rebajado, o agua pura con su punta de vinagre, dentro de una olla o puchero,
después sazonada con sus especias finas y aceite, tapándole de
manera que no exhale jugo, ni vapor alguno.
Se preparaban muchos tipos de salsas. Generalmente era una mezcla de jugo
de carne o leche mezclado con líquidos ácidos y espesadas con
migas de pan, almendras o nueces molidas. También se preparaban masas
de trigo y manteca para rellenarlas de carne o frutas –las empanadas-
que se freían en un poco de aceite o manteca.
Las semillas oleaginosas eran ingredientes muy importantes para las salsas
y para acompañar todo tipo de carnes de caza y corral. Algunas recetas
muy sofisticadas indican que la carne debía hervirse en agua de rosas
sobre un lecho de almendras y pistaches triturados, con semillas de verdolaga,
amapola o escaramujo, cocinadas hasta que se espesaran, y luego condimentadas
con especias recién cortadas. Algunos recetarios recomiendan freír
la carne en aceite de sésamo, con avellanas y pistaches picados, pimienta,
jengibre, clavo, cilantro y otras especias, rociados con una infusión
de agua de rosas.
El color favorito para los platillos era el amarillo fuerte, que se lograba
con “saffron” o azafrán; que son pistilos de la flor del
azafrán que comercializaban los árabes y se conocía como ‘sangre
de dragón’. Con frecuencia, la cocina medieval resultaba de ciertos
engaños y entonces en vez de azafrán se utilizaban pétalos
secos de la flor del cártamo, que también se utilizaban para
teñir tela y, con toda probabilidad se preparaba aceite, ya fuera para
freír alimentos o como combustible para lámparas.
Por un proceso de magia: de lo crudo a lo cocido
Se consideraba que los alimentos crudos estaban más cerca de las costumbres
de los pueblos salvajes, mientras que los alimentos cocidos hablaban de cultura
y civilización y con ello, a partir de una transformación ‘mágica’ (antecedente
de la alquimia) con la mezcla de condimentos y cocimiento al fuego, ya fuera
con agua o asado, se llegaba a obtener un alimento totalmente distinto del
natural y se llegaba a las buenas maneras de mesa. El aceite de oliva tenía
(y sigue teniendo) un carácter ritual y de purificación en todas
las etapas de la vida: del nacimiento a la muerte, lo que en el cristianismo
corresponde a los sacramentos.
Desde el siglo XII la medicina de la célebre escuela de Salermo, demostró la
importancia de la alimentación –un proceso de magia o transformación-
para conservar la salud y el tratamiento de las enfermedades. Con ello, se
diseñaron diversas recetas culinarias para aliviar padecimientos. En
su capacidad curativa destacaban los alimentos crudos o cocidos, y en muchas
de ellas, el aceite tenía un papel preponderante como sustancia curativa
y en la preparación de pomadas y ungüentos que se aplicaban en
la zona adolorida, después de ciertos ritos y oraciones. Para aliviar
algunas enfermedades se prohibía el consumo de grasas animales, y se
tenían que llevar a cabo las recomendaciones de abstinencia y penitencia
con la alimentación correspondiente.
Los granos del paraíso y recolecciones fantásticas,
fuente de salud
En la Edad Media los alimentos eran fuente de salud y se pensaba que todas
las especies vegetales silvestres y cultivadas (incluyendo las semillas oleaginosas)
procedían del Oriente en donde estaba un lugar mítico o paraíso
terrenal.
Los monasterios, en una especie de reproducción del, paraíso
terrenal, eran verdaderas escuelas de agricultura y ahí se cultivaban
cientos de plantas y árboles comestibles y medicinales, y se hacían
muchos experimentos botánicos. Los olivares procedían de estos
jardines, cuyos excedentes servían para el comercio y el sostenimiento
de estos campos. Había también recolecciones fantásticas
como podía ser el jardín del Edén o el nido del ave Fénix,
que con sus frutos aromáticos podían ser fuente de la inmortalidad.
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