Comida, maravillosa comida,
enlatada, empaquetada y congelada.
Comida, maravillosa comida.
¿Qué prefieres?
J. B. Boothroy, Olimpia Now
La obesidad es un problema de salud pública mundial que ha llevado a varios investigadores a estudiar este padecimiento
desde el punto de vista médico, social, antropológico, psicológico y político-económico; así como sus múltiples
causas, consecuencias varias y posibles soluciones. Por la relación que existe entre la obesidad y el consumo
de aceites y grasas, a continuación reseñamos cuatro libros de reciente publicación que tratan de explicar las razones
del creciente aumento de la obesidad desde la década de 1980 en Estados Unidos y la rápida expansión hacia otras
regiones; en especial, Europa del Este y América Latina.
La evolución del cerebro humano y la obesidad
Algunos antropólogos han estudiado la obesidad desde
la óptica de la evolución y los cambios metabólicos y
genéticos que ha experimentado el género humano,
asociado con la capacidad cerebral y el gasto de energía
que requiere mayor consumo de calorías. En The Evolution
of Obesity (2009, Johns Hopkins) los antropólogos
Michael L. Power y Jay Schulkin del Instituto Johns
Hopkins en Baltimore, analizan los cambios genéticos y
biológicos del ser humano que han desembocado en los
problemas de obesidad que padece un buen porcentaje
de la población mundial.
“El comportamiento humano y la actividad cerebral
demandan calorías”, señalan los autores. “Nuestros
ancestros más lejanos tenían un cerebro más pequeño.
El Australopitecus afarensis, por ejemplo, que vivió hace
tres millones de años, tenía una capacidad craneal cercana
a los cuatro mil centímetros cúbicos, semejante a la del
chimpancé actual. Hoy en día, los humanos tienen una capacidad
craneal cercana a trece mil centímetros cúbicos”,
por lo que de acuerdo con esta teoría, se supone que nuestros ancestros compensaban la energía que utilizaba
el cerebro disminuyendo la energía del estómago. Pero,
conforme la capacidad craneana aumentó, disminuyó
el tracto digestivo. Esto forzó al ser humano a obtener
alimentos de energía más concentrada en comparación
con sus parientes los primates que subsisten con una
mínima cantidad de energía para el cerebro. El resultado
de este proceso de reforzamiento fue un creciente
gusto por alimentos de gran valor calórico y fácilmente
digeribles, de la misma manera como las hojas son un
alimento muy placentero para los gorilas, y, los pasteles
y las frituras son muy atractivos para el ser humano. “De
muchas formas, la obesidad como epidemia -señalan
los autores- reside en nuestro cerebro, un órgano que
demanda una gran cantidad de calorías”.
Nadie sabe a cabalidad cómo fue la vida del ser humano
durante el Pleistoceno, pero parece razonable pensar que
vivieron pensando en la forma de conseguir alimentos
más digeribles y con mayor cantidad de calorías. Durante
buenos tiempos de cacería y recolección, debieron tener
disciplina y métodos de conservación para alimentos que
tenían que guardar como reserva durante los tiempos
difíciles; y casi siempre, el mejor lugar para guardarlos era
llevándolos consigo. La grasa del cuerpo es rica en energía
y al mismo tiempo es ligera: cuando se ingiere agua,
un grano de grasa contiene 9.4 kilocalorías, comparado
con 4.3. kilocalorías por un gramo de proteína, y cuando
falta agua en el cuerpo, como se supone que sucedió, un
gramo de grasa conserva 9.1 kilocalorías, mientras que un
gramo de proteína tan sólo tiene 1.2. En consecuencia,
una persona que es capaz de hacer reservas de grasa
tiene mayores ventajas competitivas. Tanto Power como
Schulkin trabajan en el Colegio Americano de Obstetras
y Ginecólogos y sostienen que esta ventaja de los seres
humanos puede ser todavía más fuerte en las mujeres
y los niños pequeños. Los infantes generalmente son
corpulentos y tienen reservas de grasa, especialmente
en el cerebro, desproporcionadamente grande con
respecto al resto de su cuerpo. Y, las mujeres requieren
mayor acumulación de grasa para estar preparadas para
la ovulación, la gestación y la maternidad.
Por supuesto que, para los primeros seres humanos, el
tener un exceso de peso podía significar una desventaja
para correr y desplazarse por los bosques y las praderas
durante la cacería y la recolección. Por tanto, los seres
humanos tenían que quemar grasas para ser más ágiles.
Power y Schulkin sostienen que esta condición responde
a situaciones prácticas y de las oportunidades para conseguir
alimentos, casi siempre limitadas. La austeridad fue
la norma para las sociedades de cazadores-recolectores,
situación muy semejante para las sociedades que se establecieron
en comunidades de agricultores-recolectores,
hace tan sólo unos 7,000 años. De hecho, los seres humanos
de muchos lugares del planeta muestran que los
primeros agricultores sufrían cierto grado de desnutrición
en comparación con los seres humanos del Paleolítico;
los esqueletos muestran menor tamaño y a menudo con
signos de haber padecido enfermedades relacionadas con
la nutrición, como la anemia. Los genes que controlan
la ganancia en peso no se habían seleccionado porque
simplemente no era necesario.
En la Actualidad, por contraste, los norteamericanos obtienen
calorías casi sin esfuerzo; como Power y Schulkin
señalan, con unos cuantos dólares es posible ir a la tienda
y comprar productos ricos en azúcar, sal y aceites que
hacen posible satisfacer el porcentaje de energía que
requieren las personas cada semana. El resultado es lo
que se conoce como “El paradigma del desequilibrio”.
El cuerpo humano está “desequilibrado” con respecto a
su condición humana, porque ahora en muchas regiones
se vive en el “País de los dulces”.
La economía de consumo y la obesidad
En su libro The Fattening of America (2008, Wiley and
Sons) Eric Finkelstein y Laurie Zuckerman, economistas
de la salud, investigadores del Institute of Nutrition of
North Carolina sostienen que la economía de bienes de
consumo “engordativos” es uno de los factores más importantes
que han impulsado a las personas a comer mas
con menos dinero y ha transformado la sociedad en una
sociedad de gordos. A la vez sugieren algunas alternativas
para que, desde la perspectiva de la economía, pueda revertirse
este problema. Entre 1983 y 2005, el costo real de
los productos elaborados con aceites y grasas disminuyó
un 16 por ciento. Durante el mismo período de tiempo, el
costo real de los refrescos disminuyó casi el 20 por ciento.
“Para muchas personas, un refresco de cola, reservado
en otros tiempos para ocasiones especiales” –Finkelstein
observa- “En la actualidad, se ingiere todos los días y a
toda hora, lo que representa el 7 por ciento del total de
calorías que una persona consume diariamente”.
La correlación entre el costo y el consumo están en
continua competencia; como Finkelstein anota que en
economía no existe mayor evidencia que el precio de las
materias. Pero, al igual que la evolución, la economía por
sí sola no parece muy adecuada para explicar el problema
de la obesidad. Si es muy barato consumir muchas calorías
como helado o refrescos, es lógico que será mucho
más barato consumir menos.
Alimentos irresistibles con exceso de sal, azúcar
y grasas
En The End of Overeating (2008, Rodale), David A.
Kessler, funcionario de la Food and Drug Administration
de Estados Unidos, explica que, de acuerdo con la formulación
de los alimentos, ricos en sal, azúcar y grasas, la
obesidad tiene que estar presente en muchas personas.
A este tipo de alimentos que se encuentran en todas las grandes cadenas de restaurantes, Kessler los denomina
de la cultura de los alimentos “eatertainment” o del entretenimiento,
puesto que precisamente están diseñados
para satisfacer el apetito con poco dinero y, también para
alegrar la vista, el olfato y el paladar al que se añade un
“poquito de juego” en la forma generalmente pequeña
y geométrica de los alimentos; por ejemplo, las botanas.
Además, los ingredientes con los que se elaboran muchos
alimentos pueden llegar a ser adictivos; por tanto,
irresistibles y transformarnos en unos “glotones”.
Kessler acuñó el término “hiper-alimentación condicionada”
para describir cómo las personas responden
a estos alimentos que operan en el cerebro con un
estímulo semejante al de las drogas y tienen que consumirse
en forma compulsiva y asociados; por ejemplo,
con las fiestas, el cine, las reuniones o con alimentos
que suelen consumirse incluso después de practicar
algún deporte.
La combinación sal-grasa-azúcar estimulará una respuesta
neurológica que induce al deseo de seguir comiendo
más y más, señala Kessler. Los alimentos ‘altamente
palatables’ estimulan el cerebro para producir dopamina,
un neurotransmisor asociado con el centro de placer.
Conforme pasa el tiempo, la respuesta a estos estímulos
se hace más irresistible y romper el círculo no es fácil.
Para Kessler estas ideas de la compulsión por consumir
ciertos alimentos no es puramente retórico, sino que con
estudios con ratas, se ha comprobado la adicción que
ciertos alimentos o combinación de alimentos pueden
despertar en el consumidor, que además está constantemente
bombardeado de moda, placeres y publicidad.
El remedio personal frente a estas tentaciones es revertir
el hábito y entrar en un programa de “Rehabilitación
nutricional”, señala Kessler.
No todas las personas reaccionan de la misma manera al
efecto de los alimentos, por lo que nuevas investigaciones
tendrán que dar respuesta a este fenómeno. Por lo
pronto, la pregunta crucial es cómo romper este círculo
que nos incita a comer. Para Kessler, la primer respuesta
está en la regulación de la publicidad; especialmente la
que se dirige a los niños y jóvenes. La segunda estrategia
es la educación nutricional, rompiendo círculos
de asociación; por ejemplo, el descanso o la fiesta con
ingestión de ‘botanas’ y refrescos. La tercera es invitar
a las personas a reducir las cantidades de alimento que
consumen, evitar la tentación de comprar más alimentos
por su tamaño y diversidad, y sustituir alimentos ricos en
calorías por alimentos menos condimentados. La cuarta
recomendación es la práctica de ejercicio diario.
El problema de la obesidad en el mundo entero
En Globesity: A Planet Out of Control (2009, Earthscan /
James) de Francis Delpeuch, Bernard Maire, Emmanuel
Monnier y Michelle Holdsworth, funcionarios de la Organización
Mundial para la Alimentación (FAO) de las Naciones
Unidas, el mundo padece una epidemia de obesidad. Los
autores sostienen que las causas son, por principio, de
orden económico, resultado del sistema de producción
y suministro agrícola y de alimentos. Sostienen que, en
vista que la obesidad es un problema de carácter socioeconómico,
debemos aprender a controlar de la mejor
manera posible nuestro entorno físico, social y económico
y ponerle más atención para después atender la forma
de vida y la conducta individual.
La economía y el comportamiento individual son factores
que influyen en el sobre-consumo de recursos caros y
escasos lo que requiere de soluciones radicales, urgentes
y sostenibles. Existe pánico en todo el planeta de un posible
peligro de escasez de alimentos; pero, en contraste
existen más de 500 millones de personas con problemas
de obesidad y casi el mismo número de personas con problemas de carencia casi total de alimentos.
Para los autores de esta obra, hoy en día existe una
moda de los alimentos funcionales y los productos más
saludables, que en ocasiones no son así; en especial,
porque se dejan a un lado alimentos de origen natural
como los vegetales y las frutas. Los bebés y los niños
están alimentados con papillas ricas en carbohidratos,
sal y azúcar e ingieren muy pocas frutas y muy pocos
vegetales sin procesar. Todos los padres de familia y
encargados del cuidado de infantes deben tener sentido
común, responsabilidad social y saber que la educación
en la alimentación empieza desde la cuna, es formación
de hábitos y que la prevención es mejor que los remedios
para curar la obesidad. Es necesario contar menos calorías
y tener más actividad física.
Los investigadores sostienen que, al igual que los gobiernos
de muchos países actuaron en contra del tabaco,
deberían también establecer medidas muy radicales
en contra de productos que causan adicción; sobre
todo, en los niños, y establecer impuestos muy altos
para muchos de estos alimentos ricos en sal, azúcar y
grasas, pero pobres en vitaminas y nutrientes, y que
generalmente son más baratos que los que no están
procesados y refinados.
Es necesario que el consumidor esté alerta ante las promociones
de los restaurantes y saber que por un precio
un poco más alto le pueden duplicar la ración. Tomemos
como ejemplo, las hamburguesas triple piso, la bolsa de
papas fritas enorme, el contenedor de palomitas de maíz
al doble y el refresco o la cerveza super-tamaño: todo
esto lo podemos consumir en un solo partido de fútbol
frente al televisor.
En Francia, las autoridades han regulado el tipo de alimentos
que se ofrecen en las escuelas; en especial prohíben
la venta de este tipo de alimentos y ofrecen agua gratuita.
Y, todos los niños están obligados a practicar, al menos,
treinta minutos de ejercicio y deportes.
Existe un control de peso para todos los niños y en caso
de detectar algún problema, inmediatamente se remite
con un especialista y plática con los padres. En forma
constante se brindan pláticas y conferencias para intercambiar
experiencias con los padres y recomendarles lo
mejor para ellos mismos y sus hijos.
Obras de referencia
Power L., Michael y Jay Schulkin (2009). The Evolution of Obesity.
Johns Hopkins, Baltimore.
Finkelstein, Eric y Laurie Zuckerman. The Fattening of America (2008).
Wiley and Sons, USA.
Kessler A., David. The End of Overeating (2008). Rodale Publishers,
USA.
Delpeuch, Francis, Bernard Maire, Emmanuel Monnier y Michelle
Holdsworth. Globesity: A Planet Out of Control (2009). Earthscan /
James, Canada.
OMS Y FAO. Organización Mundial de la Salud y Organización para
la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas. Definición
de obesidad.