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Cultura


La educación y la agricultura en los inicios de la industria aceitera mexicana.

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Nov 25, 2008, 09:21

En 1958, año de la fundación de ANIAME, la educación, el trabajo agrícola y el desarrollo de la industria, constituían tres principios inseparables e interrelacionados que habíamos heredado de la Revolución mexicana.

Diego Rivera (1886-1957). Detalle del mural en la Secretaria de Educación Pública (1928). En este fragmento del mural todo parece girar alrededor de la modernidad y de la tecnología: cada aparato emitiendo sonidos que le son propios y hacen dinámica la vida hacia el progreso. Aquí está el avión, el tractor, el fusil, el fonógrafo, la máquina de coser… el cincel y el pincel… y en un primer plano, una mujer con rasgos indígenas mexicanos sostiene a un niño, apretando en una de sus manitas un balero, tradicional juguete mexicano de madera. A su vez, junto con su mamá está escuchando con curiosidad y fascinación la música que emite el flamante fonógrafo. Un gallardo caballero revolucionario con fusil y cananas monta su caballo y nos mira. Este hombre ya ha dejado el campo, el nuevo campo que se siembra con maíz y otros cultivos y con nuevas tecnologías como el tractor y con el uso de fertilizantes que esparce un moderno avión. En el plano inferior izquierdo se observan cuatro personajes: una dama cosiendo en su nueva máquina ¿la maestra rural?. Un poco mas abajo un niño y una niña trabajan en su mesa de trabajo. Y, hasta abajo, a la izquierda, aparece sentado Diego-niño, testigo pintor del cambio que se avecina y que ha surgido a partir de la Revolución, representado por el misterio que encierra una caja cerrada –abajo a la derecha- y unos fusiles ya guardados. Diego abre la pregunta ¿Qué encierra esa caja misteriosa? ¿La esperanza hacia el bienestar de la familia a partir de la educación, la agricultura y la industria? ¿El progreso?

 

La industria alimenticia –en nuestro caso, la de aceites, mantecas y grasas vegetales, fundada precisamente unos cuantos años después de la Revolución empezaba a dar sus primeros pasos y, para lograr sus objetivos, los industriales sabían que tenían que contar con una educación para todos y sabían que en las escuelas de las áreas rurales, las profesoras recién egresadas de las Normales, enseñaban a los niños a leer, a escribir y a realizar las cuatro operaciones aritméticas. Es por esta razón que José Vasconcelos en 1920 funda la Secretaría de Educación Pública e incorpora al sistema educativo nacional las Normales y las Centrales agrícolas en donde los jóvenes campesinos enseñaban lo que habían aprendido de sus ancestros: el cultivo de la milpa, la trilogía, maíz-fríjol-calabaza que por signos proporcionara alimentos básicos a los mexicanos y además, se conservara una enorme diversidad genética. En las Centrales agrícolas los jóvenes aprendían también, entre muchas otras disciplinas, nuevas técnicas agrícolas y agropecuarias; por ejemplo, el uso de maquinaria, fertilizantes, ciclos agrícolas, rotación de cultivos y sistemas de riego más eficientes.

 

En 1928, Diego Rivera, convencido de los principios de la Revolución en beneficio de las grandes mayorías diseña y pinta para el pueblo varios murales con temas relacionados con la educación, la agricultura y la industria; en especial el que se exhibe en las escalinatas de la Secretaría de Educación Pública en la calle de Justo Sierra en el centro de la ciudad de México. El mural El agua y la agricultura que pintó Diego Rivera en 1940 es un enorme tributo a la vida, a la agricultura y el agua para la Escuela de agricultura de Chapingo. Maravillosos murales que hoy en día, cobran nuevos bríos y nos proporcionan un renovado mensaje a favor del fomento al trabajo en el campo, la producción de alimentos y el cuidado del agua, actividades que sin educación no tienen posibilidades de seguir adelante con éxito.

 

Las Centrales agrícolas estaban ubicadas en lugares estratégicos, casi siempre cercanas a las zonas agrícolas. Con frecuencia –señala Tanalís Padilla, profesora del Darmouth College, estas escuelas estaban estructuradas como cooperativas y dotadas de moderna maquinaria para formar técnicos altamente calificados para asesorar a las comunidades recientemente dotadas de tierra.

 

Serían estas escuelas –como lo demuestra Diego Rivera en sus murales- las que encargadas de transmitir el amor patrio entre los niños y la diversa población. A partir de la Revolución, la educación mexicana, en general, y la rural en particular, ponía un fuerte énfasis en la “escuela de acción” que combinaba el conocimiento del cultivo de la tierra con el saber erudito de otras disciplinas como la literatura clásica, lo cual, en ese momento histórico resultaba hasta cierto punto disparatado y se alejaba de la realidad del campesino y de su pasado indígena y mestizo.

 

Pero la escuela, a pesar de estar muy lejos del ideal plasmado por Rivera en sus murales, y a pesar de sus deficiencias y evidente falta de recursos y de profesores, era la única vía del campesino para escapar de la pobreza rural, y se lograron verdaderos milagros, casi siempre gracias al esfuerzo de las mismas comunidades las que compensaban la falta de infraestructura. Habría que preguntarse hoy qué se hubiera alcanzado en el terreno educativo, agrícola e industrial con un sistema bien financiado que en vez de cerrar escuelas las dotara de los recursos necesarios para que laboraran de acuerdo a sus ideales, se pregunta y nos lanza la pregunta Tanalís Padilla en su libro de reciente aparición: Rural resistance in the land of Zapata: 1940-1962. Duke University Press, 2008.

Las mujeres, clave para la producción alimentaria

 

En estudio reciente, la FAO hace una vez más un llamado a todas las organizaciones involucradas en la educación, agricultura y producción de alimentos a que tomen en cuenta el trabajo femenino, cuyo trabajo es fundamental y poco reconocido. Las mujeres participan en todas las fases de la producción alimentaria. Y, aunque los hombres aran los campos y guían a los animales de tiro y la maquinaria agrícola, las mujeres hacen la mayor parte del trabajo relacionado con la siembra, escarda, fertilización y recolección de los alimentos.

 

Las mujeres –y con frecuencia sus hijos- participan en los invernaderos preparando y cuidando los semilleros y las plántulas, limpieza de la parcela, cosecha, clasificación de la producción, procesamiento, transformación y conservación. Además, tienen bajo su responsabilidad el cultivo de huertos caseros, mantienen los bancos de semillas y, en su caso, son las encargadas de la cría de abejas y animales menores.

 

En muchas regiones del mundo; entre las cuales también se encuentra México, existe una creciente tendencia a lo que se conoce como “feminización de la agricultura” que obedece a la disminución de la participación de los hombres en las labores del campo, y en donde el papel de la mujer en la producción agrícola se hace cada vez más dominante. No obstante, ellas no pueden hacer todo el trabajo, y con frecuencia se ven obligadas a hacer ajustes en los sistemas de cultivo y los sistemas agrícolas, reduciendo la producción y, en algunos casos, la adopción de cultivos de poco valor nutricional. En el mejor de los casos, las mujeres trabajan en las plantas agroindustrias rurales, y participan en la selección, clasificación y el empaque. No obstante, como su contribución a la producción de alimentos no se reconoce casi nunca, las mujeres rara vez se benefician de los servicios de extensión y capacitación que les permitan reconocer mejor las nuevas variedades de cultivos y las nuevas tecnologías. Por esta razón, una vez más nos preguntamos una vez más ¿Hasta cuándo se dará seguimiento a la educación, la agricultura y la industria alimenticia como un sistema integrado?

 

Fuentes:

http://www.rlc.fao.org/mujer/docs

Meleán, Gregorio. Mujeres y agricultura en Venezuela. www.fao.org. 2007.

Padilla, Tanalís. Rural resistance in the land of Zapata: 1940-1962. Duke University Press, 2008.

Rivera, Diego. Murales de la Secretaría de Educación Pública. México.

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