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Cultura


Vendedor de manteca en la ciudad de México

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Jun 19, 2010, 12:43


La fotografía política y social en México de finales del siglo XIX constituye un innovador medio técnico para la obtención de imágenes con carácter realista con el cual también retrata el momento histórico y las actividades que se desempeñaban
cotidianamente en la ciudad de México.


El relato fotográfico de carácter social es el descubrimiento
del ‘otro’ y también “descubre para los asombrados individuos de entonces la propia realidad; es decir, la misma realidad que buscaba la ciencia y con ello, demostraba una verdad científica” (Arenal, 2008*) y para los observadores de hoy, es también un documento de incalculable valor.


Sin duda alguna, el archivo Casasola, fundado por los fotógrafos Agustín Víctor y Miguel Casasola, hoy bajo custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH), es el acervo fotográfico más importante que
existe en México y atesora imágenes de mediados del siglo XIX, los años de la Revolución y los primeros 20 años del siglo XX. Un período de grandes transformaciones

sociales, políticas y económicas en el país.


El archivo contiene fotos de los hermanos Casasola y también de muchos otros fotógrafos que tuvieron el interés, paciencia y habilidad para retratar la enorme gama de acontecimientos, lugares y costumbres, como es el caso de los oficios cotidianos que se realizaban en la ciudad de México.


En la serie “Vendedores” del archivo Casasola se encuentran
personajes de oficios muy representativos del momento como los pregoneros y los distribuidores de muy diversos bienes y que incluso, muchos de ellos siguen trabajando en algunos barrios de la ciudad. En esta serie fotográfica aparecen vendedores de agua (los aguadores), de pulque, de zapatos, de aves, de canastos, de frutas y... de manteca. Estos personajes, como el vendedor de manteca, toman su valor como individuos en función de lo que les rodea, y lo que les rodea no es sólo el lugar físico en que fue tomada la fotografía; sino que, es la noticia que se inserta en la imagen en su contexto cultural.


El vendedor de manteca que resguarda el archivo Casasola
es un joven con rasgos mestizos, propios de la gran mayoría de habitantes de la ciudad de México. Su actitud es de serenidad. Nunca pierde la mirada alerta que mantiene en alto y de frente al lente de la cámara del fotógrafo. Ataviado con un delantal de manta de algodón sostiene en su cabeza un enorme recipiente –probablemente de hoja de lata con tapa cónica, lo que conduce a la formulación de varias preguntas: ¿Por qué tapa cónica para la manteca? ¿Cuántos kilos de manteca cargará encima de su cabeza? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué distancia recorrerá? ¿A quién entregará su mercancía? Y, para resolver algunas de estas dudas, empezamos atando cabos con datos históricos de la época.


Este muchacho carga manteca de origen
animal, con probabilidad, de cerdo,
misma que vendían los carniceros a los primeros panaderos españoles e

italianos que se habían instalado en la ciudad, a las amas de casa, a los pioneros
de las fondas y a las cocineras que vendían sus productos en los famosísimos
puestos de “fritangas” tan característicos de la ciudad de México, ya fuera de venta en las calles, en el atrio de las iglesias, en las plazas y en los zaguanes de las vecindades.


En todas las festividades aparecían –y siguen presentes- estos vendedores de frituras que preparan y venden quesadillas, tacos, tostadas, pambazos,
churros y buñuelos, entre otros muchos alimentos.


Los panaderos también preparaban con la manteca una enorme y deliciosa gama de panes y galletas que comercializaban
en las panaderías que existían en cada barrio de la ciudad y que incluso, contaban con distribuidores de casa en casa.


Panaderos en bicicleta que, en sus inicios, cargaban en la cabeza enormes canastos repletos de pan y, en sorprendente equilibrio, iban esquivando el tránsito de la ciudad, hasta llegar a su destino; después, se modernizaron
y el canasto lo colocaban en la parte posterior de la bicicleta.


Aunque, son muy populares los puestos de frituras y las panaderías, el oficio de vendedor de manteca es ya un personaje histórico; y mientras todavía hay uno que otro osado repartidor de pan en bicicleta, se puede decir que está en vías de desaparecer, porque con el paso del tiempo los sistemas de distribución se han modernizado,
son más higiénicos y porque la manteca de origen animal, en gran medida, ha sido sustituida por aceites vegetales y margarinas.


*Ariel Arenal. La fotografía política del siglo XIX en México. Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, México, 2008.



L
a bicicleta del panadero de casa en casa, ciudad de México s/f Foto: Rocío Jaramillo. www.biciurbana.com, 2008.


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